¿Somos resistentes a la realidad?
En cuestión de minutos, nuestro tan elogiado avance hacia el desarrollo podría verse dramáticamente reducido por los efectos de un anunciado sismo. Si ya sabemos que de producirse este sismo en las actuales condiciones de Lima, tendríamos gravísimas pérdidas materiales y de vidas humanas, ¿por qué entonces queremos resistirnos a la realidad?
Después del reciente terremoto de Nepal muchos reporteros e investigadores denunciaban que el país había sido advertido anteriormente sobre su vulnerabilidad ante la presencia de un evento sísmico y abundaban los artículos en la web criticando a las autoridades nepalíes. Mientras que la atención del mundo estaba enfocada en Nepal, no pude evitar pensar en mi país, o más bien en mi ciudad: Lima. Cuando leía estos artículos sobre Nepal, vinieron a mi mente las viejas viviendas y quintas de adobe de nuestro centro histórico o las antiguas casonas de Chorrillos, Barranco o del Rímac. A pesar de las distancias, Nepal me sonó muy cercano. Si nuestra ciudad no reduce sus riesgos ahora, las fotos que vimos sobre Nepal no serán muy diferentes a las que podrían verse en Lima, en caso se presente un sismo de similares características.
Desde la evidencia científica, la historia de nuestra ciudad y el sentido común, tenemos una seguridad: en Lima se producirá un terremoto destructivo, no sabemos cuando exactamente, pero su ocurrencia es ya esperada. Sabemos que los efectos de este desastre podrían llegar a ser irreparables. La historia sísmica de la ciudad de Lima y los informes de las instituciones especializadas, sugieren que el peligro de un sismo, con su consecuente tsunami devastador, es inminente en la capital del Perú. De hecho, las autoridades de Lima cuentan con un mapeo exhaustivo de las principales zonas a afectarse de producirse un sismo de magnitud 8 y se sabe que son aproximadamente 200 mil viviendas, que actualmente sirven de residencia a cuantiosas familias, las que se verían afectadas, cuando este sismo se produzca .
Que el peligro de un sismo esté presente en nuestra ciudad es algo que simplemente no podemos evitar. Las fuerzas de la naturaleza están, en este sentido, fuera de nuestro control. Pero algo que si esta está dentro de nuestro control es el grado en que nos exponemos o no a estas fuerzas; es decir podemos manejar nuestra vulnerabilidad. De aquí la famosa frase “los desastres no son naturales”, los desastres están asociados a la exposición en la que los seres humanos nos encontramos frente a un peligro, si este peligro se presenta lejos de nosotros no se produce ningún desastre.
Si optamos por manejar el grado de exposición al peligro, se nos abren, en esencia, dos grandes líneas de trabajo: por un lado, debemos trabajar en el aspecto físico del tema, es decir, en la re-ubicación de viviendas localizadas en suelos inestables, por ejemplo, o en el uso de materiales o códigos de construcción resistentes a sismos; esto, claramente reduciría nuestra vulnerabilidad. Y, por otro lado, podemos también trabajar en el aspecto sociopolítico del tema: es decir, podemos analizar si contamos con leyes que regulen el uso del territorio para viviendas; revisar si tenemos planes de reducción del riesgo o respuesta a una emergencia; si estamos trabajando lo suficiente en la educación para la prevención de desastres, en la escuela y en la comunidad, entre otras acciones.
Los aspectos físicos de la vulnerabilidad requieren, normalmente, un abordaje con obras de contención, reforzamiento estructural de viviendas o acciones de mitigación, lo cual suele demandar una inversión elevada. A pesar de esto, según agencias especializadas de Naciones Unidas, existe un retorno de inversión de USD $7 por cada dólar invertido en prevención o mitigación de desastres frente a los cuantiosos gastos de la reconstrucción después de una emergencia.
En los casos en los que estos costos no sean accesibles para la población que habita las zonas de mayor peligro en la capital, planteamos la necesidad de, por lo menos, enfocar la acción en los aspectos sociopolíticos que mencionamos. Es decir, proponemos tomar acción desde la planificación y la política para la reducción del riesgo.
Si nos decidimos por esta última estrategia, es preciso trabajar por lo menos en dos ejes: en primer lugar, fortalecer las decisiones políticas necesarias para organizar, desde ya, las acciones de respuesta a la emergencia de manera integrada con los diferentes sectores del gobierno. Es obligatorio que la Municipalidad Metropolitana de Lima cuente con un plan integral actualizado que convoque a los actores que tendrán que trabajar coordinadamente para reducir el riesgo actual y responder adecuadamente a la emergencia, entre ellos, los encargados de agua, vivienda, electricidad, comunicaciones, salud, educación, etc.
Y en segundo lugar, es igualmente necesario que cada uno de nosotros tengamos en cuenta los criterios de seguridad que podrán salvar nuestras vidas. Por ejemplo, ¿cuántos de nosotros tenemos un plan familiar en caso de emergencia?, ¿qué pasaría si un sismo se produce en horario escolar?, ¿quién irá a buscar a los niños/as a la escuela?, ¿donde se encontrarán los miembros de la familia después de producida la emergencia?, ¿qué pasará con los estudiantes si la escuela se ve seriamente afectada?, ¿en dónde quedarán los niños y las niñas cuando los padres deban ir al trabajo o tengan que dedicarse a las labores de la rehabilitación/reconstrucción?
Las autoridades ya han sido alertadas sobre el riesgo de nuestra ciudad. En cuestión de minutos, nuestro tan elogiado avance hacia el desarrollo podría verse dramáticamente reducido por los efectos de este anunciado sismo.
Si ya sabemos que de producirse este sismo en las actuales condiciones de Lima, tendríamos gravísimas pérdidas materiales y de vidas humanas, ¿por qué entonces queremos resistirnos a la realidad? Ya no podemos culpar a las fuerzas de la naturaleza, está en nuestras manos cambiar la historia.